jueves, 13 de septiembre de 2012


Publicamos un nuevo artículo que esperamos les guste.

¡Qué alegría que existas!

de Benjamín García Soriano, el El Lunes, 13 de febrero de 2012

En la formación PRH diferenciamos diversos tipos de lazos afectivos para vivirlos con claridad, evitar desilusiones y ayudarnos a situarnos de manera ajustada en cada relación. Especificamos diferentes lazos: lazos de sangre, lazos de amistad, lazos de ser, lazos de educación, lazos de compañerismo, de camaradería, etc. ¿Pero cuales son los lazos que despiertan y alimentan más nuestra vida?. El gran indicador de la calidad de nuestros lazos esta en nuestra capacidad de cuidar del otro, de favorecer su bienestar y su crecimiento. Hay muchas formas de cuidar de los demás. La más básica de todas es el respeto al otro: respetar es no dañar, no interferir, no obstaculizar su vida; otra forma es interesarnos: es decir, preocuparnos por la vida del otro, vivir un interés positivo por sus avances y en consecuencia compartir en profundidad lo que deseen compartir con nosotros. También la satisfacción de sus necesidades: se trata de satisfacer las necesidades más fundamentales de escucha en profundidad, de estímulo, de afecto, de compañía. Pero el cuidado más profundo y comprometido es alimentar y vitalizar activamente la vida del otro, despertando lo mejor de sí mismo, los valores más esenciales y compartiendo en profundidad lo que vivimos.

Pero nuestra capacidad de cuidar la vida del otro implica nuestra capacidad de ver de una manera nueva a las personas, verlas en su corazón. Y para verlas bien necesitamos haber superado, al menos en parte, nuestra miopía infantil: nuestro egocentrismo, nuestra avidez, nuestros miedos, nuestras desconfianzas.

Andrés Rochais, fundador de PRH, escuela de formación basada en una investigación psicológica sobre el crecimiento de la persona, escribe: “Dormimos sobre tesoros, sobre pozos de energía, sobre un volcán de creatividad, sobre reservas increíbles de amor verdadero. Todo está ahí, en ese subsuelo de la Humanidad, en ese subsuelo interior de hombres y mujeres de este planeta; todo está ahí para forjar un mundo más humano, o mejor, el eslabón de hoy que transmitiremos a la generación de después...”
Se trata de creer en las posibilidades dormidas en cada persona, en su potencial ilimitado, en el trabajo del amor en ella; en su capacidad de ser curada y de ordenar su vida. Ojala pudiéramos acoger a cada persona como la que “tiene que venir”. Para el filósofo Sponville, esa es la esencia del amor: la alegría de que el otro exista. ¡Qué alegría que existas!