Querido
Tercer Milenio:
Espero
que sepas perdonar mi osadía, pero me ha dicho Concha Icardo que podía
dirigirme a ti en persona para solicitarte –con todo respeto, eso sí- aquellas
cosas que sueño para mi mundo, que es el tuyo. Así es que, sin más dilación,
paso a realizarte mis peticiones.
En
primer lugar quisiera que mientras estés con nosotros se produzca un gran
cambio colectivo, de modo que, para los hombres y mujeres de la Tierra,
cualquier forma de violencia se convierta en algo impensable, algo que nos
asombre por extraño y ajeno, tal y como hoy nos sucede con el canibalismo.
Cuando llegue ese día, ciertos departamentos universitarios podrán realizar análisis
históricos acerca de las épocas en las que la Humanidad vivió guerras,
secuestros, malos tratos, abusos a la infancia… Sí, sin duda al alumnado le
costará sesudos esfuerzos comprender cómo fue aquello posible. Pobrecillos,
tendrán que estudiar mucho.
También
te pido que la Ciencia, imprescindible, bella y poderosa, emprenda un camino de
humanización y sensatez para que sus avances sean respetuosos con la Creación
entera. Te ruego que traigas la inspiración a quienes se esfuerzan por remediar
el cáncer, la esclerosis, el sida y otros males físicos y psíquicos que nos
causan dolor; pero te ruego, al mismo tiempo, que contribuyas a dotar de buen
corazón y conciencia profunda a quienes se mueven en los sectores más difíciles
que están a caballo entre la vida y la destrucción.
Me
encantaría que durante tus primeros años resolviéramos el problema del reparto
de bienes. Quizás, como eres pequeño, no entiendas lo que nos pasa; y no me
extraña porque es rarísimo: algunas personas del planeta son inmensamente ricas
y, sin embargo, cada día mueren miles de criaturas, de mujeres y hombres, de purita
hambre. Sé que cuesta creerlo, pero te prometo que es verdad. Por eso te
suplico que protejas y animes a todos aquellos y aquellas que desde la
política, la economía, la enseñanza, las ongs, las fundaciones, y desde mucho
rincones del mundo están comprometidos en lograr una justicia y un equilibrio
entre los pueblos y las gentes que a todos beneficie; no solo a los más pobres,
sino también a los potentados, porque no creas que a ellos les marcha demasiado
bien (como tienen muchísimo, temen perder poder y su dinero y eso les hace
polvo).
Bueno,
resumiendo para no cansarte, lo que deseo para mi mundo es que todas las
personas, de todas las razas, pueblos, lenguas y culturas, todos y todas, sin
ninguna excepción, superen el umbral de la supervivencia y puedan empezar a
vivir, para luego Vivir a pleno pulmón. Para mí ese Vivir se escribe con
mayúscula porque me refiero a hacerlo desde el ser, desde esa hondura
prodigiosa que todos poseemos y que nos hace únicos, irrepetibles,
insustituibles y muy, muy hermosos. Ese es mi sueño loco, ¿sabes?: que cada
persona descubra su ser, ese inmenso tesoro de amor y creatividad; que cada
cual lo pueda conocer, saborear, ayudar a crecer y todo ello para dar su fruto
encarnando sus propios talentos; que los seres humanos alcancemos la libertad,
esa joya impagable que es la hija de la fidelidad a nuestra conciencia
profunda, de manera que todo ser humano ocupe su lugar en el planeta, un espacio
que le espera y quedará tristón y vacante sin su presencia. Entonces podremos
paladear aquello tan cierto que decía Gandhi de que “en el mundo hay sitio para todos”.
Alzados
en nuestra dignidad, útiles para los demás, abiertos a los otros, aprendices incansables
de las maravillas que anidan en nuestro interior y nos rodean, descubriremos
que, más allá del color, de la nación, del idioma, del oficio, del sexo, más
allá y más al fondo, un hilo de oro nos une a todos desde las entrañas por el
mero hecho de existir, y, desde ahí, desde lo que nos entrelaza, hallaremos la
reconciliación y la concordia. Los niños y niñas estarán deseando nacer para
llegar a nuestro mundo que, abierto de brazos, mostrará una amplia sonrisa
feliz al recibirlos.
Llena
de esperanza y gratitud por poder conocerte, te saluda,
Carmina
García Herrero, que te escribe desde Zaragoza