En nuestra sociedad
actual hay una pérdida generalizada de referencias, que origina en muchas
personas una angustia difusa y una inseguridad personal. Desde hace años los
principales puntos de referencia religiosos, éticos, pedagógicos, están
desapareciendo de la vida de la mayoría de nuestros contemporáneos. Aunque
limitados, eran puntos que daban una cierta consistencia y proporcionaban una
cierta protección ética y moral. Todo eso ha ido desapareciendo, poco a poco, y
vivimos en una sociedad sin referencias sólidas. Hemos entrado en el tercer
Milenio en medio de una conciencia generalizada de crisis como resultado de los
espectaculares cambios habidos en las costumbres, en las formas de pensar y
hasta de creer.
Existe la sensación de que nuestra civilización muere de agotamiento, y de
que algo nuevo, todavía no definido, pugna por aparecer. No es extraño que
mientras eso nuevo no se haga realidad, vivamos en una especie de vacío en que
“todo vale” en todos los terrenos. Es lo que se ha llamado la “dictadura del
relativismo” Especialmente ahora, la crisis economía han dejado sin
explicaciones a los gurús y sabios financieros del mundo. Ya nadie sabe nada.
Nadie se arriesga a predecir o a recomendar..
Estamos sufriendo en
nuestros días las consecuencias de esta manera desproporcionada de vivir que ha
regido estas últimas décadas. La corrupción ha alcanzado a todas las
instituciones y a todos los niveles. Ya no hay ninguna autoridad moral superior
a nosotros. Por eso, más que nunca, necesitamos encontrar en nuestro interior
un punto de referencia para poder orientarnos en nuestra vida. En la Formación
PRH se nos ayuda a descubrir lo que es la conciencia profunda y a vivir en
referencia a ella. La conciencia profunda es esa referencia interior que es la
voz de nuestro ser en crecimiento y que expresa lo que es bueno para la
persona. Esta conciencia se diferencia de la conciencia socializada (la voz de
los demás) y de la conciencia cerebral (la voz de nuestros principios). “La
conciencia profunda es una instancia que guía a la persona en la conducta de su
vida y en la consecución de su plena realización. Se podría comparar con la
brújula de un viajero, siempre disponible para ser consultada y para indicar el
camino que hay que tomar”.
Vivimos en una
sociedad de neuróticos insatisfechos, drogados por el activismo y la velocidad
que cuando, en un determinado momento, no tenemos nada que hacer nos resulta insoportable.
Acudimos a la rabia al despertarnos, verificamos los mensajes de nuestro móvil,
hacemos zapping en la televisión o recurrimos a Internet pero la verdad es que
no estamos siendo más felices y que necesitamos un cambio en nuestra manera de
vivir. Los valores y símbolos que daban sentido trascendente a la vida humana
han sido sustituidos por valores efímeros, o en el mejor de los casos por
valores exclusivamente intramundanos.
Hay un texto
interesante de Carl Jung, que fue, junto a Freud, uno de los grandes
conocedores del psiquismo humano. Jung daba mucha importancia a la dimensión de
Trascendencia. Jung escribe: “Entre todos mis pacientes de una cierta edad,
mayores de 35 años, no ha habido uno solo cuyo problema más profundo no tuviera
que ver con su dimensión religiosa. En última instancia, todos padecían por el
hecho de haber perdido esa dimensión. Y ninguno se ha curado realmente sin
recuperar esa dimensión profunda que le era propia y eso no depende en absoluto
de un credo determinado ni de la pertenencia a tal o cual iglesia sino de la
necesidad interior de esa dimensión espiritual”.
La crisis religiosa a
la que nos estamos refiriendo es un fenómeno occidental que está ligado a la
Modernidad. La “Razón Ilustrada” que ha venido luchando contra el «mito
religioso» ha acabado mitificándose a sí misma y alienándose en sutiles formas
de poder. En lugar de ser luz, la razón se ha convertido en poder instrumental,
dirigido al dominio material del mundo, pero con fines económicos y lucrativos.
Existe dentro de
nosotros esa dimensión profunda ahogada por el consumismo, el ansia de bienes
materiales y de una vida indiferente a lo esencial. Es preciso reavivar en
nosotros la Fuente de nuestra vida y de nuestra realización humana. En lo más
profundo de nosotros mismos, hay una capacidad de apertura a la experiencia de
la Trascendencia. En el fondo de todo ser humano, hay un “más allá que nos
sobrepasa”. Ahí podemos hacer la experiencia de una relación con la
Trascendencia. Es una dimensión antropológica que contiene un potencial
asombroso para caminar y llenar de sentido nuestra vida.
Benjamín García Soriano