viernes, 16 de febrero de 2018

El bosque


Puedo verlo, lo percibo sentado en el parque al cerrar los ojos de la cara: somos un bosque.
Cada uno es un árbol, conectado y mamando de la madre Tierra y recibiendo el Sol y el Agua que nos da vida. Llamados a crecer juntos, en ecosistema, interrelacionados y respetando una distancia entre nosotros, sin hacernos sombra. 

El tronco y las ramas con sus hojas (lo visible), me habla de lo que somos individualmente. Las raíces (lo que no se ve) representa aquello que somos colectivamente, lo que nos conecta, nuestros lazos.

Miro el bosque de la vida y parece una imagen estática, los árboles inmóviles con un lento, casi imperceptible crecimiento.  Pero cuando cierro los ojos observo la Vida que fluye dentro:
Nuestras hojas son manos abiertas al abrazo, al encuentro con el otro.
Las flores son la expresión de la alegría y la belleza interior.
El tronco es el canal por donde suben y bajan sensaciones, pensamientos, emociones, desde la conciencia que está en las raíces profundas hacia la sensibilidad de las ramas más finas.
La voz nos la prestan los pájaros, el viento y el susurro del chorro del estanque.
Los árboles que ya no están en pie pasaron a formar parte de la Tierra y siguen realimentando al bosque.
Nuestras raíces entrelazadas bajo la tierra forman una red que sostiene al conjunto y le da estabilidad, como queriendo decir que el único camino es la Unidad.
Por encima de todos, el Sol, origen de la Vida, que nos trata a todos por igual.

No está escrito en ningún sitio, pero más allá de la mera supervivencia, subyace el compromiso y la gratitud por la vida, la de cada uno y la del Bosque que nos abraza.

Sentado en el parque, siento la vibración de la vida palpitando desde las raíces hasta las copas. Noto mi vida entrelazada con la de todo ser humano, todo ser viviente, todo Ser, Todo.

Carlos de Vera