La autenticidad implica ver al otro, con sinceridad, conversar sobre los
hechos y compartir los propósitos comunes
La autenticidad es mucho más que sinceridad a
pecho descubierto. No vale con decir lo primero que se te pasa por la cabeza,
tipo “te queda fatal lo que llevas” o “qué desastre de trabajo has hecho”. Esas
frases podrán ser “técnicamente” muy sinceras, pero no sirven de mucho. Al otro
lo has dejado hecho una lástima y con ganas, seguramente, de devolvértela. La
autenticidad va mucho más allá: crea valor a las personas e indaga en los
propósitos de lo que nos mueve. Pero la autenticidad no siempre es fácil. No se nos
educa para ser auténticos, no nos engañemos. Muchas veces vamos corriendo,
diciendo lo primero que se nos pasa por la cabeza o teniendo charlas
superficiales, sin darnos cuenta de que, de ese modo, no construimos relaciones
sólidas. Pero hay una buena noticia: la
autenticidad se puede entrenar y todo pasa por tener conversaciones de calidad
con los otros y con nosotros mismos. Veamos cómo conseguirlo, tomando como referencia el modelo
de Connolly, Motroni y McDonald en su libro “The vitality imperative”:
- Apariencia o “no te veo”. Aquí se engloban las broncas, los
reproches, las charlas banales y huecas o aquellas en las que hacemos
oídos sordos al otro. Todas ellas tienen algo en común: vamos a la nuestra
y nos importa bien poco el otro. Ni lo vemos, ni nos
interesa ni mostramos realmente lo que nos ocurre. Los
minutos que invirtamos en este tipo de charlas son un tiempo perdido. ¿Y
cómo pasar al otro nivel? La llave maestra es la escucha. Para ello,
cuando alguien está en la apariencia y quiere mejorar su relación ha de
comenzar con escuchar y con preguntar. De este modo, salimos de los
lugares comunes y de demostrar que solo nosotros tenemos la razón. Por
ejemplo, si en vez de echarle la bronca por retrasarse, le preguntas (y
escuchas): “¿Por qué me entregas esto tarde?”. O si en vez de demostrar
que solo tú tienes la solución, indagas “¿Qué crees que deberíamos
hacer?”.
- Sinceridad o “me da igual lo que
sientas con lo que te digo”. La
sinceridad tiene una implicación mayor que la apariencia. En este caso, la
persona hace una reflexión de sí misma y habla de lo que le ocurre. Pero,
claro, en aras de la sinceridad se pueden soltar misiles que hacen mucho
daño al otro. Dar un paso más en la
sinceridad no significa mentir con lo que nos sucede, sino expresarlo de
un modo que ayude también al otro. ¿Y cómo? A través de
aportar datos concretos, no solo interpretaciones personales, y
desarrollar la empatía para entender el otro punto de vista. En el ejemplo
anterior, podría decirse “cuando tú te demoras en la entrega de tu parte,
nos retrasamos en nuestro compromiso y eso me hace sentirme muy mal con el
otro departamento, por lo que te pido que…” (en vez de decirle que te
sientes muy mal con lo que ha hecho. De este modo, le aportas datos para
mejorar en las siguientes ocasiones).
- Precisión o “estamos de acuerdo con
los hechos que te cuento”. En
este punto se puede comenzar a construir relaciones más sólidas. No nos movemos solo en el mundo de las interpretaciones o de
las emociones, sino que llegamos a un acuerdo con lo que está sucediendo. Y
todo ello se alcanza cuando somos precisos y hablamos de datos o de
hechos. En este nivel se pasa de conversar sobre uno mismo a conversar
sobre nosotros. Pero una vez más, se puede avanzar para construir una relación
más sólida. La clave está en incorporar la autenticidad, es decir, pasar
de las conversaciones basadas en hechos a las basadas en el propósito o en
las intenciones. Todo ello se consigue cuando preguntas sobre lo que le
mueve a la otra persona. Por ejemplo: “¿Qué es lo más importante para
ti?”, “¿cuál es tu objetivo y preocupación principal en el compromiso que
alcanzamos?”.
- Autenticidad o “creamos valor
juntos”. Es
el nivel más alto para construir relaciones. Hemos superado los hechos y
nos basamos en lo que a los dos nos importa conseguir, nuestros propósitos
o necesidades. Desde este nivel podemos valorar si lo que los dos buscamos
coincide y cómo llevarlo a buen término. Implica ver al otro,
sinceridad, conversar sobre los hechos pero lo más importante, compartir
los propósitos comunes. Por ejemplo, “si para mí esto es
importante y para ti no, ¿qué podemos hacer para ayudarnos el uno al
otro?”, “¿qué es lo que tenemos en común en este compromiso?”. Solo así se
movilizan voluntades.
En
definitiva, las
conversaciones crean realidades, pero para que estas realidades sean amables
necesitamos tener conversaciones auténticas. Esto no se
logra solo con la sinceridad, sino que necesitamos desarrollar otras
cualidades, como la empatía, la capacidad de hablar de hechos y lo más
importante, buscar cuáles son los propósitos que nos mueven. Cuando llegamos a
tener conversaciones a este nivel, es más fácil alcanzar acuerdos, trabajar en
equipo y tener relaciones personales que nos ayuden a todos a crecer.
POR PILAR JERICÓ
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